jueves, 31 de diciembre de 2009

El clima interior


En su sitial de condenado a muerte, durante el rito que avalaría su ejecución, el Extranjero de Camus confesó haber asesinado a un árabe por culpa del sol. En las imágenes de la adaptación cinematográfica que hizo Luchino Visconti, en 1967, se observa y se sufre el calor agobiante que un Mastroianni consumado no logra mitigar. Está solo. Sale. Camina a tientas por la playa. Tiene la boca seca. Va vestido de blanco y descalzo. No busca nada, pero encuentra al árabe. Aturdido por el brillo de un puñal que esgrime su verdugo casual, Meursault dispara cuatro tiros que son como cuatro llamados a la puerta de la desgracia.  

Era otro el tono que animaba a Baudelaire cuando escribió estos versos que invitan al encierro: Et quand l’hiver viendra aux neiges monotones, Je fermerai partout portières et volets, Pour bâtir dans la nuit mes féeriques palais. (Cuando llegue el invierno con su monótona nieve, cerraré puertas y persianas, para construir en la noche mis maravillosos palacios). Un tono menos aciago, sin duda, que redime la sentencia de Pascal: toda la desgracia del Hombre consiste en no poder estar a solas en un cuarto.

He ahí la insondable opacidad del azar que nos hace salir al encuentro del Mal o esperar en silencio el regreso de los bellos días. La vida de cada uno se resiste a ser como afuera, pero no tenemos más remedio que salir. Entonces no es extraño que a cada minuto tratemos de estar vestidos de acuerdo al clima, intentando ser contemporáneos del mundo, ajustando la propia realidad a las cosas dadas. A veces fracasamos. A veces se impone el clima interior.