jueves, 4 de marzo de 2010

Vanidad

Tengo para mí que todo comentario sobre una obra de arte debe impugnar la sentencia de Maeterlinck: “Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente”. No es un riesgo menor. Tratándose no de una obra de arte, sino de varios siglos de historia del arte, no es un riesgo menor. Y sin embargo, es difícil resistirse a la tentación de comentar esta eclesiástica muestra exhibida en el Musée Maillol, “Vanités, c’est la vie”, consagrada justamente a eso: a la muerte, desde Caravaggio hasta Damien Hirst. Vana tentación como todas. “¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!”. 

Una obsesión figurativa tutela de principio a fin los cuadros, las esculturas y los videos expuestos en el Maillol: el cráneo humano despellejado, descerebrado, desgarrado del resto del esqueleto. He ahí el símbolo de la hora final presentado y representado por Zurbarán, Géricault, Cézanne, Picasso, McDernott and McGough, y toda una pléyade de artistas que asistieron sin falta a la cita con la muerte. Una cita artística primero, cuyos resultados vemos hoy en el Maillol, y una cita sin más al fin y al cabo, que nos recuerda que incluso la vida del genio confirma el aserto del Eclesiastés.

Por lo demás, las variaciones sobre ese motivo del cráneo indican una transformación sustancial en las maneras de representar la muerte en Occidente. En los “clásicos” y los “modernos”, según la nomenclatura del Musée Maillol, asistimos a un esfuerzo solemne por poner en imágenes lo inexplicable: vemos santos y santas meditando ante la calavera, escenas de interior en las que irrumpe “el momento de la muerte”, naturalezas muertas con cráneo y una que otra exageración española como la del Anónimo que retrata a San Jerónimo carcomido por los gusanos, con los huesos y las tripas al aire libre, y un báculo y una corona intactos al lado del cajón entreabierto. Arriba se lee en latín: “Luego del hombre todo es hedor y terror”. Más adelante, al final de esta sala sin piedad, recibimos el último golpe anímico: el “Cupido durmiente”, de Miradori, que abrazado a un cráneo voraz nos quita la última esperanza: hasta el amor es vanidad. Increíble. 

De ahí en adelante entramos en un lenguaje que nos es más familiar. Divorciada de toda connotación religiosa, la muerte encarnada en el cráneo será objeto de un tratamiento más ligero. Es el “memento mori” burlado, profanado y mercantilizado. Es la vanidad convertida en banalidad. La sala de los “contemporáneos” está presidida entonces por el epitafio de Duchamp: “Además, siempre son los otros los que se mueren”. Bajo el signo de esta muerte pensada siempre en diferido aparecen los cráneos de Mickey Mouse, los hechos con cajetillas de Gauloises, los formados con frutas, cenizas y luces de neón. Y hay para finalizar un video estremecedor: un niño jugando fútbol con un cráneo como balón. Si supiera el artista lo que algunos evocamos con lo que él considera una aberrante exageración trasgresora. Vanidad de vanidades, definitivamente.

Vale la pena volver sobre este tema de la vanidad como sumisión a la muerte tan caro a los artistas, los poetas, a Montaigne… Que no por la saturación mediática de muertos perdamos la sensibilidad ante la muerte. Que la conciencia de muerte engrandezca el sentido de la vida. Así de algo habría servido este ejercicio doble de vanidad que es comentar: ejercicio vano y vanidoso al mismo tiempo. 

 (http://www.museemaillol.com/)

7 comentarios:

  1. Encontrar el límite de la vanidad es una tarea en la que uno se percata de que incluso aquello que se hace evitando ser tocado por la vanidad, es un acto vanidoso. Que de la modestia, como de la falsa modestia surge también una vanidad sufrida, impuesta por un cierto voto de pobreza que paradójicamente es que lo hace renunciar a uno a la superficialidad.

    Eso me hace concluir que incluso una espiritualidad suprema surge de la vanidad. De la intención de perpetuarse, de trascender. ¿Qué puede ser más vanidoso?

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  2. Cierto Juanito, aunque en este contexto vanidad es sobre todo la conciencia de muerte, de que todo es vano en razón de la muerte, de lo ineluctable del fin. Y por supuesto suscribo las paradojas que planteás.

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  3. Sin embargo creo que precisamente esa vanidad surge de la conciencia de que el fin es ineludible y que más vale entregarse al placer.

    Quiero decir que tanto el hedonismo como el ascetismo nacen de ese conocimiento del carácter finito de la existencia, que se bifurca por caminos diferentes pero igualmente vanidosos.

    Perder para demostrar que nada vale la pena ó ganar para demostrar lo inocuo de la victoria son actos que en sí mismos constatan la vanidad del que ha entendido el término definido de la existencia.

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  4. HAy cuento muy bacano que es más o menos sobre eso. Se llama El verdadero cristinao, o tal vez El buen cristiano, de Giovanni Papini. Se lo recomiendo.

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  5. Lo buscaré. Gracias por la recomendación. ¿Recuerda cómo se llama ese cuento largo de Papini en que dos amigos intercambian sus almas? No he podido recordar el título. ¿Cómo es?...

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  6. Se llama Las almas permutadas. Está en Palabras y sangre, y ahi mismo es que está el que le recomendé antes, que se llama EL verdadero cristiano.

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